Ecologistas que venden en fin del mundo

La moda ecologista actual pasa por comentarios como estos:

"El último espacio virgen de la Cordillera Cantábrica".
"¿No puede haber un trozo de montaña virgen sin telesillas?".
"Los constructores se lo cargan todo".
"La especulación urbanística terminará definitivamente con la fauna y la flora".
"Qué triste es una montaña muerta".

Y es que cuando una mentira se repite miles de veces, termina por creerse.

Montañas muertas, espacios vírgenes. Son conclusiones que se repiten cuando tratan de atacar cualquier estación de esquí, acá o allá, en cualquier sitio. Repetimos, repetimos, a ver si logramos que nos crean para que todo esto siga siendo nuestro parque temático despoblado.

Andorra, Valle de Arán, Valle de Tena, Alpes, Dolomitas, Colorado... Todos tienen estaciones de esquí -en Francia incluso en Parques Nacionales- que año tras año reinventan técnicas de desarrollo sostenible para proteger el entorno que ocupan.

En cualquiera de estas estaciones se escuchan los pájaros que anidan en sus bosques mientras se desciende por un fuera de pista, o se ven en la nieve las huellas de los animales, dentro de la propia estación. Estaciones de esquí que ocupan un mínimo espacio si lo comparamos con la grandiosidad de toda una cordillera.

Construcciones ordenadas, pueblos rehabilitados, con vida, donde la gente pasea, esquía, va, viene, vuelve, disfruta, pernocta, come, trabaja, sueña, vive... Y fuera de esos pueblos y de esas estaciones, a pocos kilómetros, la naturaleza en su estado salvaje, para uso y disfrute de la fauna, del ecologista y del que no lo es.

Porque en la montaña cabemos todos.

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